El Puntito del G

jueves, mayo 25, 2006

Capítulo VII: El efecto ornitorrinco

Tiemblan las manos al recordarlo, la vela con la que ilumino estas páginas que escribo vacila ante los terribles eventos de aquellos días... su luz no basta para alejar el horror del recuerdo.
Efectivamente, después de haber estado haciendo cábalas, de combinar y recombinar las notas hasta la saciedad, tener a toda la familia y aledaños poniendo velas en todos los recintos sagrados habidos y por haber, después de no dormir durante días enteros, de morder las paredes y ver cómo ardían lentamente los apuntes en sus bonitas e inteligentes carpetas del CECO, por fin, lo supimos.
Respiramos. Cogimos aire, apuntamos con el dedo a la pantalla y nos buscamos en la lista. Doscientas ochenta y pico personas buscando en una lista con doscientos veintisiete nombres... mientras buscabas tu nombre, veías pasar el de montones de compañeros: mira, en las Marianas, en Sebastopol, en Djibuti... y al final, con pálpitos en el corazón, te encontrabas.
El messenger estallaba de mensajes azules en la barra de herramientas, porque todos llevábamos tres días colgados del ordenador. El mundo se paró durante, tal vez, diez minutos.

Alguien dijo que como estábamos mirando, no se veía bien la lista (maravillosa página, la del ICEX), pero que la beca estaba en nuestro espacio personal. Y allí estaba, para quienes estaba, reluciente y hermosa. Ya daba igual el destino, aunque hubo disgustos, también hubo alegrías, felicitaciones, autoreproches (tenía que haberme aprendido mejor los INCOTERMS...) Ahora sí que estaba echada la suerte.
Y la gente empezó a prepararse para partir. Muchos dijeron que no a trabajos, algunos se despidieron (porque pocos habían sobrevido trabajando), otros se pusieron hasta arriba de vacunas que no les hubiesen dejado participar en ninguna competición deportiva, y la gran mayoría se dijo que empezaban las vacaciones, que eran las vacaciones más merecidas del mundo, y que se iba a la playa a tostarse, o a la montaña a hacer retiro espiritual, o a las cavernas a volver a la naturaleza primigenia, pero que no quería volver a ver un ordenador en, por lo menos, dos semanas.
Y entonces ocurrió; la suerte estaba mal echada.

Al principio fue sólo un rumor, pero las voces se sumaron una a una y de pronto los gritos oscurecieron nuestro cielo. Se habían equivocado. Había gente que no estaba y debía estar y gente que estaba que no debía estar...
Después de hacernos hacer miles de documentos en excel, algún ornitorrinco se había cruzado mientras calculaban el ránking final (el definitivo, el final de los finales, la prueba más absoluta del mundo de lo que las borracheras habrían influido en nuestros destino, nunca mejor dicho), el encargado se habían equivocado en una simple ponderación y habían trastocado el orden del ránking, no contando bien los idiomas. Y fue el caos. Todos corriendo como pollos sin cabeza, acusándose mutuamente de haberse quitado el destino. Metieron a los damnificados en los puestos de quince personas a las que amargaron la vida hasta extremos insospechados... siempre poniendo parches, hasta que de tanto parche, no se vea lo que alguna vez hubo debajo.

Cuando comprendieron la injusticia del segundo error era demasiado tarde para todos, iban a tardar una semana más en echar la suerte de una maldita vez. Eso nos llevó al quince de agosto, cuando ya teníamos que tener prácticamente todos el billete en la mano, y casi un mes más de lo esperado. La agresividad que todos habíamos pensado que quedaba atrás, resurgió una vez más en el foro, y los mensajes de felicitación por los destinos fueron anulados.

Demasiado tarde, y demasiado mal, nos recolocaron, nos cambiaron Asia por África, África por América, América por Europa, hasta que ya no supimos dónde estaba cada continente y cada persona. Y lo que es peor, a quince que habían pensado que estaban entre los viajeros, los dejaron con la maleta y sin destino. La incertidumbre de aquellos días, llamando al ICEX como posesos para ver qué posición ocupábamos de verdad en el ránking... yo estoy en el menos cuarenta y tres, yo estoy en el veinticindo T de tocado y hundido, yo me tomado todas las vacunas, quiero que me den el mismo sitio.... ya me da igual dónde me manden, pero que no me manden al cuerno... pero sí, hubo a quien mandaron al cuerno, con la miel en los labios.

Y lo que debía haber sido un período de fiestas, lo fue, una vez más, de nervios y de especulaciones, con falsas promesas de por medio, y, lo que más nos dolió, sin una triste excusa por haber jugado con nuestros sueños.

Pero como en esta vida todo se olvida, incluso antes de perdonarse, y ya nos habíamos acostumbrado a las lentejas, después de un breve lapso, volvimos a encontrarnos, y a ser felices (como en la canción de ABBA), aunque eso es parte de otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.

2 Comments:

Blogger South said...

Menudo regalo de cumpleaños que me diste, Mosco... "Ana, ¿sabes en qué puesto estás? No. La última. Mierda."

Por cierto, te debo esos 20 euros del burofax, jajaaaa.... qué bien invertidos, dios mío, qué rentabilidad...

10:03 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Glorioso y fiel relato romana. Ahora que leo esto, yo recuero que me dijeron que me iba por cerca del cono sur. De hecho me había comprado ropa para tal estancia, pero al final creo que me destinaron a otro continente, con 40º de diferencia entre un destino y otro, otro idioma... Pero son recuerdos vagos. Como bien dices al final y por desgracia nos acabamos acostumbrando a las lentejas.

9:57 a. m.  

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