Capítulo XXXIX: De la Libertad y otros Demonios
¿Quién no se ha quejado nunca de “tener que hacer algo porque no le quedaba más remedio”? Quizá sea un poco pueril, pero recuerdo la primera vez que escuché aquella maldición china (¿?) “Ojalá tus deseos se cumplan”, en un capítulo de Los problemas crecen... sí, la serie que protagonizaba el entonces idolatrado Kirk Cameron (me hago mayor, no puedo disimular siquiera...) y que después me he encontrado en muchos escenarios.
Cuando somos pequeños, queremos tener dieciocho para ser “mayores” y “hacer lo que nos dé la gana”y ése es el cumpleaños más decepcionante, porque nada cambia. Parece, el día anterior, que el mundo va a ponerse de una vez por todas al derecho, que todo lo que nos enfurecía, lo que nos estaba prohibido, las injusticias, la incomprensión que lleva asociada nuestra edad del pavo, todo eso, va a desaparecer de un plumazo.
Lo mejor que podía pasarme en mi decimoctavo cumpleaños era que el día anterior fuese lluvioso, que hubiese tormenta, en pleno verano, que los elementos se asociaran para hacer de ese esperadísimo día algo grande. Si la vida va a cambiar de pronto, el mundo debería prepararse para darle a ese momento el protagonismo merecido, verdad?? Libertad, esperamos libertad para elegir. Y lo más sorprendente es que, no lo neguemos, algunos realmente lo creíamos en ese momento. Pero nada cambia ese día. Nada de nada.
La libertad que buscamos, sigue estándonos vedada. Vaya, estamos igual que el día anterior. Y seguimos deseando elegir. Seguimos contemplando nimias opciones, creyendo que conocemos el mundo a la perfección, que tenemos razón, que nadie puede hacernos apearnos del burro, como se dice en algunos pueblos, en aquello en lo que nos creemos especialistas. Algunos, los menos, tienen inquietudes muy claras, sueños perfectamente nítidos. Otros, entre los que me incluyo, años después no serían capaces de decir exactamente qué es lo que quieren. Y no me refiero a sueños imposibles (lo siento por el que sueñe con ganar un Grammy Latino...) sino a algo más de “andar por casa”. Y el momento de elegir se presenta sin llamar. Nos pilla desprevenidos, pensando en la luna de Valencia, leyendo a Ibáñez o bañándonos en el mar, escuchando música, maquillándonos para salir a cenar, llorando con “La vida es bella”, comprando un regalo, estudiando, afeitándonos, tiñéndonos el pelo, hablando por teléfono, tomando una caña, en un cine, indicando a un sueco dónde está la Puerta del Sol, cosiéndonos un botón, planchando, discutiendo, esperando a que alguien nos llame, en cualquier situación, de repente, un hormigueo que asciende desde lo más profundo del estómago y hasta salirse del cuerpo, un ejército de nervios, nos dice que nuestro deseo se ha cumplido, que podemos elegir.
¿Y ahora qué? Hiperactividad, parálisis momentánea, ¿qué hacemos? Cómo dice una de las rumanas a las que he conocido este año, es el momento en el que, como un descontrolado hipo, lo único que podemos pensar es “Ay, Diosito, ¿qué hago?”. Y somos conscientes de que eligiendo, renunciamos. Del poder que tenemos. De que participamos activamente en lo que será nuestra vida, en lo que seremos y lo que será nuestro mundo a partir de ahora. Y de que llevamos mucho tiempo eligiendo sin darnos cuenta, haciéndonos un hueco donde queremos.
Cuando somos pequeños, queremos tener dieciocho para ser “mayores” y “hacer lo que nos dé la gana”y ése es el cumpleaños más decepcionante, porque nada cambia. Parece, el día anterior, que el mundo va a ponerse de una vez por todas al derecho, que todo lo que nos enfurecía, lo que nos estaba prohibido, las injusticias, la incomprensión que lleva asociada nuestra edad del pavo, todo eso, va a desaparecer de un plumazo.
Lo mejor que podía pasarme en mi decimoctavo cumpleaños era que el día anterior fuese lluvioso, que hubiese tormenta, en pleno verano, que los elementos se asociaran para hacer de ese esperadísimo día algo grande. Si la vida va a cambiar de pronto, el mundo debería prepararse para darle a ese momento el protagonismo merecido, verdad?? Libertad, esperamos libertad para elegir. Y lo más sorprendente es que, no lo neguemos, algunos realmente lo creíamos en ese momento. Pero nada cambia ese día. Nada de nada.
La libertad que buscamos, sigue estándonos vedada. Vaya, estamos igual que el día anterior. Y seguimos deseando elegir. Seguimos contemplando nimias opciones, creyendo que conocemos el mundo a la perfección, que tenemos razón, que nadie puede hacernos apearnos del burro, como se dice en algunos pueblos, en aquello en lo que nos creemos especialistas. Algunos, los menos, tienen inquietudes muy claras, sueños perfectamente nítidos. Otros, entre los que me incluyo, años después no serían capaces de decir exactamente qué es lo que quieren. Y no me refiero a sueños imposibles (lo siento por el que sueñe con ganar un Grammy Latino...) sino a algo más de “andar por casa”. Y el momento de elegir se presenta sin llamar. Nos pilla desprevenidos, pensando en la luna de Valencia, leyendo a Ibáñez o bañándonos en el mar, escuchando música, maquillándonos para salir a cenar, llorando con “La vida es bella”, comprando un regalo, estudiando, afeitándonos, tiñéndonos el pelo, hablando por teléfono, tomando una caña, en un cine, indicando a un sueco dónde está la Puerta del Sol, cosiéndonos un botón, planchando, discutiendo, esperando a que alguien nos llame, en cualquier situación, de repente, un hormigueo que asciende desde lo más profundo del estómago y hasta salirse del cuerpo, un ejército de nervios, nos dice que nuestro deseo se ha cumplido, que podemos elegir.
¿Y ahora qué? Hiperactividad, parálisis momentánea, ¿qué hacemos? Cómo dice una de las rumanas a las que he conocido este año, es el momento en el que, como un descontrolado hipo, lo único que podemos pensar es “Ay, Diosito, ¿qué hago?”. Y somos conscientes de que eligiendo, renunciamos. Del poder que tenemos. De que participamos activamente en lo que será nuestra vida, en lo que seremos y lo que será nuestro mundo a partir de ahora. Y de que llevamos mucho tiempo eligiendo sin darnos cuenta, haciéndonos un hueco donde queremos.
Y recordamos a Spiderman. “Un gran poder, conlleva una gran responsabilidad”. ¿Será cierto entonces que todo es relativo? ¿Hasta la libertad?
2 Comments:
¡Ay que bonito te ha salido este Carnal! Pues sí hija, llevamos mucho tiempo eligiendo y ahora después de un año de calma chicha nos vuelve a tocar.
En vez de paralizarnos el vértigo normal que nos puede acechar ahora, habrá que pensar que tal y como lo hemos ido haciendo hasta ahora no nos ha ido muy mal, así que habrá que seguir por ese camino.
Eso digo yo... que todos los problemas sean esto, no??
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