Capítulo XLIV: El vals del final, para teclado y orquesta.

Estamos desapareciendo poco a poco del panorama internetero... uno a uno, como los diez negritos de Agatha Christie. Pero no tan trágicamente, sino entre deseos de felices vuelos, estreses por el sobrepeso y promesas de cervezas en la piel de toro.
O de donde sea que nos encontremos, porque nos encontraremos. Si hemos estado en contacto este año, podremos estarlo a partir de ahora... porque nada une tanto como las experiencias compartidas, y las nuestras, aunque eran todas distintas, tenían un extraño hilo conductor común. Los mismos traumas en la oficina, las mismas vivencias apasionantes en el país (más o menos exóticas, eso sí), las mismas fases en las relaciones personales, las mismas añoranzas del pasado (a excepción de los lugares añorados...)...
Ahora se multiplican las excursiones apresuradas para hacer lo que quisimos hacer durante un año, que las fiestas de despedida continuas se mezclan con las visiones de paquetes infames que mandar a casa (y dónde está mi casa ahora? mi corazón está dividido entre lo que dejo y a dónde voy!!), recoger y limpiar los ordenadores que implica ver las fotos de todo un año (sólo uno? Han sido más... ha sido una vida!!), sacar los calcetines olvidados o perdidos del fondo de los cajones... y recordar aquella vez que los guardamos al vuelo en una mochila... Cuánto han cambiado las cosas desde hace un año.
Hago por última vez el camino al supermercado, sabiendo que si vuelvo, seré una persona de paso más en esta ciudad que adoro... pero no puedo sino sonreír, porque la vida es bella, porque este año se acaba como supe desde el principio que se acabaría. Porque me lo he pasado muy bien, he aprendido, he crecido, y tengo un año más lleno de pequeñas y grandes cosas en la memoria, privadas y compartidas. Y sonrío, pensando que tengo una maleta que llenar (o mejor, que vaciar un poco) y paquetes que mandar. Sonrío, pensando que todo lo que siento y lo que veo, no lo sentiría ni lo vería si no hubiera venido. Y sonrío por no llorar, porque tengo demasiadas cosas que hacer antes de echar ese último vistazo a la Ciudad Eterna (y aunque no fuera Eterna, lo sería para mí) desde el avión que me llevará lejos.
Al final es todo mucho más prosaico de lo que queremos.
Pero tal vez es mejor, para no sufrir demasiado.
No sabemos aún qué nos depara el futuro, sólo sabemos lo que nos trajo el pasado.
Y la conclusión es clara, distinta y meridiana:
¡Que nos quiten lo bailao!