Capítulo LVIII: Habéis Asesinado Los Sueños
Venía a casa escuchando la radio en el coche. Hablaban del atentado de fin de año, de fin del “proceso” o de su suspensión, o de los demonios que no desaparecen en este país.
Esta vez han sido dos o quizá, aún no se sabe, tres, los desaparecidos. Y esta vez han sido tres, o quizá dos, inmigrantes. Entre muchas de las cosas que he oído en los últimos días, una de ellas es que mucha gente duerme en los aparcamientos del aeropuerto de Madrid-Barajas. Casualidad, todos extranjeros. Ese continuo crecimiento del número de inmigrantes podría tal vez interpretarse, en otro momento, como un síntoma de la prosperidad de este país, pero nace la duda cuando uno de los símbolos del poderío nacional, del progreso con el que a nuestros políticos se les llena la boca, de las infraestructuras con las que se nos dice que se nos hace la vida más cómoda a los españolitos como la terminal 4 de Barajas, se convierte en un amasijo de escombros por el que reptan los bomberos para desgarrar la manta con la que un hombre, que seguramente vino pensando que este país era su El Dorado particular, se tapa para dormir en un aeropuerto, después de que ETA se mofe del gobierno, de la oposición, después de que se dejen descubiertos los flancos en un amago de confianza por parte de todos (o eso espero de la política, aunque parezca inocente o utópico) de que esta historia termine de una vez.
Sin embargo, es sorprendente la asepsia con la que, al menos yo, escucho las noticias sobre este atentado. O puede ser que sean los medios los que lo cuentan sin heridas. Todo se reduce a las cifras. Terminal 4. 800 kilos. 2º piso. 40.000 toneladas. 2 víctimas. Desde 2003. 4 días sin comparecer. 3 veces no se responde.
Esta vez han sido dos o quizá, aún no se sabe, tres, los desaparecidos. Y esta vez han sido tres, o quizá dos, inmigrantes. Entre muchas de las cosas que he oído en los últimos días, una de ellas es que mucha gente duerme en los aparcamientos del aeropuerto de Madrid-Barajas. Casualidad, todos extranjeros. Ese continuo crecimiento del número de inmigrantes podría tal vez interpretarse, en otro momento, como un síntoma de la prosperidad de este país, pero nace la duda cuando uno de los símbolos del poderío nacional, del progreso con el que a nuestros políticos se les llena la boca, de las infraestructuras con las que se nos dice que se nos hace la vida más cómoda a los españolitos como la terminal 4 de Barajas, se convierte en un amasijo de escombros por el que reptan los bomberos para desgarrar la manta con la que un hombre, que seguramente vino pensando que este país era su El Dorado particular, se tapa para dormir en un aeropuerto, después de que ETA se mofe del gobierno, de la oposición, después de que se dejen descubiertos los flancos en un amago de confianza por parte de todos (o eso espero de la política, aunque parezca inocente o utópico) de que esta historia termine de una vez.
Sin embargo, es sorprendente la asepsia con la que, al menos yo, escucho las noticias sobre este atentado. O puede ser que sean los medios los que lo cuentan sin heridas. Todo se reduce a las cifras. Terminal 4. 800 kilos. 2º piso. 40.000 toneladas. 2 víctimas. Desde 2003. 4 días sin comparecer. 3 veces no se responde.
Me viene a la cabeza León Felipe, “Todo lo que se pesa, todo lo que se compra, todo lo que se mide y que se cuenta, lo habéis defendido como perros. Y todo se ha salvado ¡Todo!... Pero habéis asesinado los sueños. ¿Oísteis? Habéis asesinado los sueños…”
Hasta hace poco, prácticamente todos salíamos a reivindicar nuestro derecho a la paz, al pataleo si se quiere. ¿Qué está pasando ahora? Porque no puedo creer que nos hayamos acostumbrado a esto. No es posible acostumbrarse. Pero tampoco estoy segura de preferir la resignación a la costumbre.
A lo mejor es que es cierto que la civilización es sólo un sueño que dejamos que nos asesinen. Igual que El Dorado de 3, o quizá 2, inmigrantes en España.
Hasta hace poco, prácticamente todos salíamos a reivindicar nuestro derecho a la paz, al pataleo si se quiere. ¿Qué está pasando ahora? Porque no puedo creer que nos hayamos acostumbrado a esto. No es posible acostumbrarse. Pero tampoco estoy segura de preferir la resignación a la costumbre.
A lo mejor es que es cierto que la civilización es sólo un sueño que dejamos que nos asesinen. Igual que El Dorado de 3, o quizá 2, inmigrantes en España.
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